Fin de semana de frío, los niños están resfriados, los planes cancelados y la casa como una leonera porque, como todos sabemos, la única forma de mantenerla ordenada es pasar el fin de semana fuera de ella. ¿Puede haber algo más sensato que dedicar esta tarde a hacer gorritos de lana?
Ya no veo la tele mientras tejo, me aburre. Sólo hablan de gente que no conozco. Podría intentar ver una película, pero sé que me van a interrumpir. Lo sé. Así, a medida que he perdido interés por la tele, he ido conociendo a un montón de gente por internet. Ahora enciendo el ordenador y, mientras tejo, veo el correo, actualizo el blog, cotilleo por pinterest...
Esta tarde se ha sentado J. a mi lado y se ha ofrecido a leerme uno de sus cuentos para entretenerme. Y de pronto, con una ventana abierta a mis amigos, y escuchando el cuento, me he sentido como en uno de esos corrillos de monjas, todas bordando y una leyendoles para entretener el rato.
Es curioso cómo las nuevas tecnologías nos han empujado del aislamiento y el anonimato de la televisión a formar redes sociales en las que compartimos cosas, seguramente muy parecidas a las que podían compartir nuestras abuelas.
NOTA: Hablo en femenino porque, nos guste o no, en la época de nuestras abuelas las redes sociales de las que hablo sí eran casi exclusivamente femeninas.